Chicos adoptados de Haití: una conmovedora historia de amor


Una pareja argentina había iniciado los trámites hace un año, pero la documentación desapareció tras el sismo; el padre debió viajar y logró traerlos; "Verlos felices es lo mejor que nos puede pasar en la vida", afirma la madre a lanacion.com, mientras observa emocionada a los pequeños




Por Mauricio Giambartolomei
Especial para lanacion.com
Pedro apenas puede hablar. Tose, tiene fiebre, siente agotamiento y le duele el cuerpo. Su médico le recomendó internarse mientras espera los resultados de los exámenes clínicos. Puede tener paludismo, dengue o cualquiera de las enfermedades que se propagan por países asolados por la tragedia y la pobreza.
Es el precio que tuvo que pagar por rescatar a sus dos hijos adoptivos de Haití, donde permaneció 20 días junto a otros cuatro padres para terminar los trámites de documentación y volver a la Argentina con sus niños.
La recompensa es grande. Hoy, mientras se recupera en el hospital, desde su casa de zona norte lo saludan por teléfono con un raro acento: oaa paaa, oaa paaa. Es Mackender, de tres años, que habla su lengua natal, pero ya está conociendo el español y, de a poco, se anima a soltar las primeras palabras.
Es un chico inquieto y amigable, con una sonrisa amplia. Baila, canta, se divierte y juega mientras su hermana Lara, de tres meses, descansa plácidamente en los brazos de su madre, Mariela Kampel. Por momentos abre los ojos, exaltada, acomoda su chupete con un pequeño movimiento y sigue durmiendo.
Mackender y Lara viven desde el lunes con su familia, los Cavanna.
El rescate. Pedro y Mariela empezaron el proceso de adopción internacional en enero de 2009. Decidieron adoptar en Haití porque, en la Argentina, nadie les garantizaba que podían obtener la tenencia de un niño.
Los trámites se complicaron después del sismo porque se perdieron documentos valiosos y necesarios. "Llegó un momento, después de lucharla acá, que decidimos viajar porque no podíamos hacer más nada. Pedro viajó a Santo Domingo [República Dominicana] y después a Haití sin saber cómo cruzar la frontera hasta llegar a estar con los chicos. Uno hace cualquier cosa por su hijo", relata Mariela.
En Puerto Príncipe, la capital haitiana, el grupo de padres ubicó el orfanato que, milagrosamente, permanecía en pie aunque con muchos problemas edilicios, rodeado de las ruinas de casas y edificios derrumbados. Con la ayuda de funcionarios argentinos en Haití, a través de Cancillería y de la directora del hogar de niños, los papás lograron reunir todos los documentos necesarios para volver con los pequeños.
"Fueron momentos muy angustiantes porque no sabíamos en qué situación se encontraba el orfanato", recuerda Mariela mientras Macky juega al fútbol con dos peluches. "Después del terremoto supimos que la estructura del lugar estaba bien. Empezamos la lucha para traerlos porque sabíamos el riesgo que corrían estando allá. No podíamos estar en la Argentina sabiendo que ellos estaban en Haití".
El regreso. Lunes 15 de febrero de 2010, 6 de la mañana. Fecha y hora que difícilmente puedan olvidar los Cavanna. El vuelo que trajo a algunos padres de Haití aterrizó en Ezeiza y la nueva vida en familia, ya comenzó.
La pareja ya tenía dos hijos antes de empezar el proceso de adopción internacional: Manuel, de siete años, y Thiago, de cuatro. La personalidad de los niños hizo que la integración con sus hermanos sea rápida.
"En casa Macky está feliz. Llama a sus hermanos y se adaptó muy bien. Es un nene muy alegre, nos cambió la vida. Verlo feliz a él es lo mejor que nos puede pasar en la vida", reconoce la mamá. ¿Y Lara? "La mirás y ya se ríe, no me puedo apartar un minuto de ella que ya me reclama. Tienen una personalidad hermosa los dos".
Mackender, de brazos y piernas largas, parece más grande. Todavía no hizo amigos en el barrio, pero no le costará demasiado encontrar algún compinche. Ya tiene edad para ir al jardín aunque, por este año, eso quedará postergado.
"Sí, lo vamos a mandar al jardín", responde Mariela. "Pero este año queremos recuperar el tiempo perdido?este año, mamá y papá", agrega mientras le da un gran beso a su hijo, recostada en un sillón del living. "No se me despega, lo tengo pegado a mí, abrazado las 24 horas".
De las ruinas de Puerto Príncipe a la tranquilidad de un barrio argentino; del orfanato al calor de un hogar. Mackender y Lara cambiaron su vida para siempre. Ellos también se la cambiaron a los Cavanna.