La capital que se convirtió en un cementerio a cielo abierto

PUERTO PRINCIPE.- Los gemidos de un bebe malherido traspasan los escombros, mientras un grupo de hombres saca tierra en silencio para llegar hasta él entre las ruinas. De repente, la tierra tiembla de nuevo en la capital de Haití y todos huyen despavoridos.

Todos menos Jeanwell Antoine, que, hundido entre las piedras, ya puede tocar uno de los bracitos del niño y continúa con calma su rescate. "No soy yo quien retira esta tierra. Es la mano de Dios, que ama la vida y me guía porque quiere salvar a este bebe", dice.

Escenas similares se repiten en el centro de Puerto Príncipe, totalmente devastado anteayer por el fuerte sismo que dejó un tendal de muertos.

Los restos de los cadáveres se ven entre las ruinas de las casas: una pareja sorprendida durante su sueño, niñas cubiertas de polvo, mujeres prácticamente desvestidas cuyos ojos siguen abiertos con espanto y numerosos cadáveres carbonizados en el interior de vehículos.

Los cuerpos que han podido ser rescatados se alinean cubiertos con sábanas en una macabra procesión que hace estallar en llanto a numerosos ciudadanos. "¡Ayúdenme! Mi esposo sigue atrapado aquí adentro. Por favor ayúdenme, sé que está vivo", solloza una mujer.

En la céntrica calle de Saint Honoré, un hombre cubierto de polvo aguarda de pie desde hace 24 horas rodeado de amigos y vecinos.

Pese a los esfuerzos de todos, su pierna permanece atrapada por un auto desde anteayer y está casi desvanecido por una probable hemorragia interna. "Morirá antes de que lo saquemos", afirma en voz baja Wilson, estudiante de sociología.

"Nada más producirse el terremoto, por las calles vagaban personas presas del pánico y de la histeria, heridos buscando ayuda, había luces de alta potencia colocadas para poder llevar a cabo las actividades de rescate y todos los efectivos de la misión de estabilización de la ONU en el país movilizados para ayudar, aunque sus mismos trabajadores habían sufrido daños graves", contó la italiana Fiammetta Cappellini.

"Todo temblaba, era como un baile, la gente salía de los vehículos, corría y gritaba", dijo un testigo, que aseguró que vio una ruta "abrirse por la mitad" ante sus ojos.

Parecía el infierno, sin luz, el pleno caos, de acuerdo con el testimonio de Rachmani Domersant, jefe de operaciones de la ONG Comida para los Pobres. "La ciudad estaba toda a oscuras, con miles de personas sentadas en las calles, con gente que corría y lloraba", dijo el directivo.

Los sobrevivientes vagan desorientados por las calles e intentan rescatar con sus propias manos a los heridos. No hay excavadoras, ambulancias ni bomberos circulando. El Estado de este paupérrimo país caribeño está también en ruinas.
"Nadie lo sabe"

Al desaparecer el sol, miles de personas se disponen de nuevo a pasar la noche en la calle. Huyeron de sus casas con lo poco que tienen e improvisaron precarias tiendas de campaña mientras aguardan que alguien venga a ofrecerles agua o arroz.

En las primeras dramáticas horas de la catástrofe, la muerte se tomó un respiro y dejó un espacio abierto al milagro.

Jillian Thorp, empleada norteamericana de una ONG, estuvo ahogada por toneladas de escombros durante más de 10 horas antes de ser rescatada por Frank, su marido, que manejó 160 kilómetros hasta Puerto Príncipe y excavó medio metro de concreto durante una hora para asistirla.

Por su parte, los más viejos lloran pensando en sus hijos muertos o en la familia de la cual no tienen noticias. Las líneas telefónicas apenas funcionan en la capital y no hay ningún servicio de agua y electricidad.

"¿Qué hizo este país para merecer tanta desgracia junta?", se pregunta Rody Baptista, sentado en una silla a las puertas de la que fue su casa y hoy es sólo una montaña de escombros.

El anciano, de 80 años, tiene a dos de sus hijos sepultados bajo las piedras y se niega a ir a ningún lugar hasta recuperar sus cuerpos. A pocos metros, un grupo de mujeres canta y aplaude.

Es una música alegre que choca con lo que las rodea y les recuerda que deben estar felices por seguir con vida. Sin embargo, las réplicas del terremoto interrumpen sus cantos y vuelven a llenar a los haitianos de miedo.

"¿Usted cree que la tierra puede volver a temblar igual?", preguntan todos. "Nadie lo sabe, sólo Dios", se responden entre ellos para tranquilizarse.