«En Haití se ve gente a la que le faltan piernas y brazos»

PUERTO PRÍNCIPE (HAITÍ). «Esto ha sido como una bomba atómica», resume Alejandro López, portavoz del Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la ONU, que intenta calmar a los millones de hambrientos que deambulan por Puerto Príncipe desde el terremoto del martes.
A la destrucción y la muerte se añadió ayer el caos que impide de momento que la ayuda internacional pueda desplegarse con total efectividad. Como un halo de esperanza pudo restablecerse parcialmente el funcionamiento del aeropuerto de Puerto Príncipe aunque los pilotos tengan que aterrizar «a ojo», como reconocían desde la ONU.
«No sabemos decir si hay veinte, treinta o cien mil muertos, pero sabemos que es la mayor catástrofe que hayamos enfrentado nunca en este país». Algunas ONG como Cruz Roja ya hablan de 50.000 personas muertas. «Llueve sobre mojado», se lamenta López, «y va a ser dificilísimo. El terremoto ha pegado en el sitio de mayor concentración humana y en el peor momento posible».
Ya antes de la devastadora catástrofe este programa de la ONU que hoy se ha instalado en las faldas del aeropuerto alimentaba a un millón de necesitados cada día. «¡Imagínate ahora!», suspira su portavoz. A medida que el mundo se apretaba el cinturón por la crisis financiera, la caridad para Haití languidecía angustiosamente. El secretario general de la ONU Ban Ki-moon advirtió que el país se encontraba en una delicada encrucijada entre la salvación y la oscuridad. Ahora la naturaleza se ha encargado de pavimentar el camino del sufrimiento.
«Hay mucha gente muerta por las calles, todo el mundo llora de desesperación», narraba con el rostro tenso Jorge Rivero, un ingeniero brasileño que había logrado escapar del dantesco averno en que se ha convertido Puerto Príncipe, tras el devastador seísmo de grado 7 en la escala de Richter. «Se ve gente por ahí a la que le falta piernas o brazos. Es escalofriante».
Lo contaba desde el pequeño aeropuerto de La Isabela, en Santo Domingo, donde ayer se agolpaba la prensa de medio mundo en busca de una avioneta que aterrizase en esa pila de escombros que es ahora la capital haitiana. Con la torre de control desmoronada, y la desordenada ayuda humanitaria que emana de cada país, la odisea terminaba bien para pocos.
El miércoles los aviones eran desviados por los estadounidenses al cruzar el espacio aéreo haitiano, en un intento de poner orden al caos. En La Isabela se hablaba incluso de un pequeño charter fletado por una televisión estadounidense por la desorbitada cantidad de 25.000 dólares que tuvo que regresar a la base sin descargar a sus pasajeros.
Sin agua, ni comida ni luz
«Es un momento clave», reflexionaba el portavoz del PMA al aterrizar en la desolada pista del aeropuerto Touissant Louverture de Puerto Príncipe, junto con esta corresponsal. «El mundo puede pensar que es otro desastre más, o puede poner de nuevo a Haití en el mapa de su generosidad. Es muy importante que la comunidad internacional responda».
Si se habla de más de 100.000 muertos, los heridos se cuentan por centenares de miles. Sin agua ni comida o luz eléctrica, y con los cadáveres al sol que se disputan las calles con los vivos, la tragedia promete convertirse en una crisis humanitaria de proporciones dantescas en cuanto las epidemias se ceben con los que deambulan sin saber ni adónde ir. El propio presidente René Preval comentó afligido la víspera que no sabía dónde pasaría la noche, después de que su orgulloso palacio presidencial se convirtiera en símbolo de la destrucción del seísmo.
Por su parte, en el presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, propuso celebrar una «gran conferencia» internacional para hacer posible «la reconstrucción y el desarrollo de Haití». Para ello se pondrá en contacto con los presidentes de Estados Unidos y Brasil, Barack Obama y Lula da Silva.